Imágen de la campaña publicitaria de "Donuts" en los años 70.
Hubo hace más de 40 años un famoso anuncio de TV que dio a
conocer el “Donut”, un bollito tan supuestamente sabroso que el niño
protagonista empieza olvidando el almuerzo en casa (“¡Anda, los donuts!”, era
la frase) pero, con el paso de los días,
le gusta tanto que lo que acaba olvidándose en casa son los libros
(“¡Anda, la cartera”, remataba). En mi cuadrilla de amigos, el anuncio tuvo
mucho eco porque el niño que lo protagonizaba vivía en nuestro pueblo. No sé
qué habrá sido de él. A los donuts no les ha ido mal. La marca se ha convertido
en una especie de categoría. Han diversificado mucho el producto y son un clásico. A mi me sigue pareciendo un producto graso y poco
recomendable, pero este no es el caso.
Nosotros, de pequeños, no comíamos donuts. Eramos más de pan con tomate,
con aceite y sal, hasta con aceite y azúcar. El ocio era salir al bosque, rodar
en bici, pegarle patadas a un balón y, en verano, pasar horas en la playa entre
barcas de pescadores. Eran tiempos austeros, de consumo limitado pero era una
buena vida y, visto desde ahora, una buena vida, bastante más sostenible que la
actual. Eran los años 70 y ya sé que se estaba gestando el abuso consumista que
hoy nos ahoga pero yo de eso no era consciente. Volveré al “donut”, no el de
comer sino el de pensar.
La buena vida, entendida desde la fraternidad humana, está
en la franja situada entre la satisfacción de las necesidades básicas y el
deterioro de nuestro entorno. Toda actividad que contribuya a fortalecer ese
espacio es positiva. Si se sitúa por debajo significa explotación y
desigualdad; si lo supera, insostenibilidad y depredación. En el primer caso
nos cargamos el presente; en el segundo, el futuro. Pero no un futuro lejano
sino un mañana distópico que intuimos o que ya directamente rozamos.
Fuera de la buena vida es el reino de la miopía ya que nadie
está a salvo. Un mundo desigual es injusto y donde hay injusticia no hay
seguridad, para nadie, por más que algunos, la minoría situada en la cima de la
pirámide, puedan sentirse momentáneamente blindados. Sobre la insostenibilidad
hay poco que discutir. El manido “estamos todos en el mismo barco” se puede
contestar con que “las condiciones de los camarotes son muy distintas”, y es
cierto, pero si el barco se hunde no hay botes salvavidas para nadie.
Ahora que Amsterdam ha puesto en el mapa las teorías económicas
del “donut” de Kate Raworth, les propongo que dediquen algún momento del fin de
semana a leer sobre ello en internet. En esa línea van los dos párrafos que acaban de leer.
Juan Roig (izquierda) y Vicente Boluda, dos de los principales dirigentes de la Asociación Valenciana de Empresarios, en un acto reciente en favor del Corredor Mediterraneo (Foto EFE).
En cambio, no es necesario perder el tiempo con voces como
las de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE) a través de la cual
armadores como Vicente Boluda o grandes distribuidores como Juan Roig reclaman
la actividad económico como si aquí no pasara nada. Da la sensación de que no
es que no les importe la salud sino que la suya se deteriora cuando no oyen el
“clin clin” de las cajas registradoras.
El otro día, también en su nombre, el expresidente del Gobierno
Felipe González, hoy miembro del Consejo de Administración de la empresa de
Boluda, reclamaba grandes consensos mientras se burlaba de la presencia de
Podemos en el Gobierno. La derecha siempre pide consensos cuando pierde las
elecciones. ¿Por qué no consensuó el PP la reforma laboral, la ley mordaza o la
guerra de Irak? Pues porque gobernaba y no los necesitaba. Cuando la derecha
gana las elecciones gobierna, normal, y cuando las pierde, la izquierda no pude
gobernar porque hay que consensuar. La ley del embudo. Ya está bien de apelar
al consenso. El consenso es una figura excepcional y de naturaleza no democrática
ya que implica que la minoría puede vetar a la mayoría. Si, en su momento, se
hubieran tenido que consensuar decisiones como las vacaciones pagadas, el
divorcio, los impuestos progresivos, la igualdad de género, las bajas
laborales, la separación Iglesia- Estado, el matrimonio homosexual, la
abolición de la esclavitud o el derecho a la huelga, por no alargarme, todavía
estaríamos esperando.
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