
Juan Roig, presidente de Mercadona, sonríe con dos naranjas en la mano. (Foto: Juan Carlos Cárdenas)
Mercadona pretende convertir en oro todo lo que toca, incluso sus errores, incluso sus intentos monopolísticos. Ahora resulta que está revisando su estrategia con los productos frescos y va a dejar de lado su política de "todo envasado", "todo en plástico" por "todo fresco", "todo preparado en directo".
Lo que antes era bueno ahora es malo. Lo que tantos éxitos se supone que les proporcionó ahora se abandona. Claro, se han dado cuenta de una cosa que cualquiera que tuviera ojos y menos prepotencia que ellos podía ver con solo acercarse a sus supermercados: alrededor proliferaban los establecimientos de fruta y verdura. Una fruta y una verdura mucho más fresca y buena que la que Mercadona ofrecía en sus tiendas.
Los medios de comunicación destacan que Juan Roig, el dueño de la cadena de supermercados, ha reconocido su error y subrayan como muy meritorio su ejercicio de autocrítica. No le veo el mérito por ningún lado. Reconocer un error tiene valor cuando las víctimas del fallo son otros, no uno mismo. Se puede destacar que un político que ha hecho, por ejemplo, una pésima reforma laboral reconozca su error cuando se demuestra que su apuesta ha sido un fracaso. Las víctimas de su error serían en ese caso los ciudadanos y, por tanto, su reconocimiento es una forma de pedir disculpas. En el caso de Roig no hay nada de eso. La víctima de su error es su empresa, sus beneficios, es decir, él mismo. Por tanto, allá él si quiere reconocer o no reconocer su fallo. A nosotros, qué caray nos cuenta ¿Cómo se puede ser tan papanatas y destacar la autocrítica de Roig? Poner la lupa en el "reconociemiento" de Roig desvía la atención de lo fundamental: Mercadona va a rematar a las tiendas de barrio. Las que todavía quedaban, las que habían maniobrado ágilmente ante su fuerza bruta, van ser sufrir una nueva acometida. "Alrededor de cada Mercadona hay ocho fruterías", ha dicho Roig. "Ahora vamos a por ellas", le ha faltado añadir. "Teníamos unas chirimoyas que parecen balones: las tiras al suelo y rebotan". Vaya, qué pena que haya esperado a ver que el negocio no era redondo para acabar con ellas; lo podía haber hecho cuando se percató de que vendía material defectuoso. Mucho llamar "jefe" al cliente pero, con las chirimoyas (y demás), se las metía dobladas a sabiendas.
A mí me parece que si el negocio que no hace Mercadona en productos frescos se lo reparten entre ocho, tampoco está tan mal. Teniendo en cuenta que en 2011 la cadena superó los 19.000 millones de euros en ventas y los 500 en beneficios, igual no pasaría nada si las cosas siguieran como están. Pero no, Mercadona pretende acabar con el poco comercio de barrio que queda. Ya veremos qué pasa.
Para garantizarse esos productos frescos que ahora necesita, Juan Roig plantea tratar directamente con los productores primarios y no con los proveedores, como han hecho hasta ahora. Habla de "dignificar el trabajo del agricultor, el pescador y el ganadero". Lo que es seguro que esa "dignificación" pasará porque sea Mercadona quien ponga los precios, decida la duración de los contratos y, por supuesto, fije los márgenes. De momento, Roig ya ha lanzado el primer aviso: "el sector agrícola no está suficientemente obsesionado con la productividad". Productividad y obsesión, dos palabras peligros por separado y que suenan a amenaza si se juntan. Cuando Mercadona se decide por acercarse al agricultor se supone que se distancia de la agricultura intensiva (e igualmente en pesca o ganadería) con lo cual estaríamos ante productos que requerirían más mano de obra, con precios más altos y, por tanto, estamos ante menos productividad. Justo lo contrario de la "obsesión" de Roig. A cambio serían productos de más calidad y todo más sostenible, pero igual eso no le preocupa siquiera al todopoderoso dueño.